La resistencia gallega a tener un nacionalismo fuerte

El contexto de crisis interna y redefinición que vive el Bloque Nacionalista Galego y la retirada de Eta en Euskadi coinciden con el regreso a la primera plana de la actualidad del independentismo violento en Galicia.

De las tres nacionalidades históricas periféricas más reconocidas en el Reino de España, Galicia es la que más se ha resistido desde el final del franquismo a tener una fuerza política nacionalista bien representada en las instituciones. A diferencia de Cataluña y el País Vasco donde el nacionalismo tiene marcas en la derecha y en la izquierda, parece sólo hay sitio para un tercer partido que rompa la hegemonía PP-PSOE. En los años 80 era nacionalismo de centro-derecha, con Coalición Galega. La izquierda tardó casi veinte años desde la legalización de los partidos hasta conseguir un frente unitario, el BNG, que fue aglutinando los distintos proyectos que se repartían el voto. Así hasta llegar a finales de la década de los noventa a superar al PSOE y situarse como segunda fuerza política de la comunidad por unos años.

Pero el nacionalismo gallego nunca ha tenido una presencia parlamentaria importante en Madrid, y cuando ha conseguido gobernar en municipios, diputaciones y Xunta ha sido casi siempre de la mano de los socialistas. Se diría que en los últimos años de liderato de Xosé Manuel Beiras alcanzó su techo electoral y desde entonces no ha parado de perder votos. Parece que ahora, tras las dos importantes bajadas en los resultados electorales de mayo y noviembre, van a emprender el proceso de redefinición que llevan demasiado tiempo posponiendo.

Sin embargo, hay una parte del nacionalismo de izquierdas que no está dentro del Bloque. Se trata del independentismo, a su vez dividido internamente en dos grandes familias, y que históricamente fue surgiendo de escisiones del partido matriz del BNG, la Unión do Pobo Galego, o del propio Bloque. Estos procesos de expulsión o salida de los militantes más radicales tuvieron siempre el mismo conflicto como origen: la afinidad con sus equivalentes en el País Vasco, la izquierda abertzale. El BNG tardó demasiados años en quitarse de encima la etiqueta de pro-etarra que tenía ante parte de la sociedad gallega como para permitirse que en su interior hubiese partidos o personas que propiciasen esa imagen. Así la salida del Partido Comunista de Liberación Nacional dio lugar en los ochenta al partido Frente Popular Galega, mientras que en los noventa fue Primeira Linha la organización expulsada.

Ahora que las izquierda abertzale ha decidido renunciar a su apoyo a la lucha armada y se han reconciliado partidos que llevaban años enfrentados, con el conocido éxito electoral cosechado ¿qué puede impedir que suceda lo mismo en Galicia? Si el BNG quiere realmente ser el “frente” que aglutine toda la fuerza del nacionalismo en su comunidad, son pocos los espacios que le faltan por conquistar. A su derecha lo tiene difícil, pues todos los experimentos de crear una CiU gallega han acabado por desaparecer o por integrarse en el Partido Popular. A su izquierda tiene un caladero de votos que ahora no sirven para conseguir representación a las fuerzas pequeñas o se van directamente a la abstención Es cierto que muchos militantes o simpatizantes del independentismo votan Bloque “por eliminacion”, pero incorporar esa militancia (pequeña pero muy activa) podría ser una forma de empezar a recuperar la imagen de fuerza de izquierdas que perdió gobernando con el PSdG y que ahora empieza a rentabilizar Esquerda Unida. Es algo parecido a lo que hizo Felipe González tras los resultados de 1979. Se dio cuenta de que para crecer debía engullir a todo el espectro de partidos minoritarios de izquierda cuyos votos no eran rentables por separado y cuya militancia era experta agitadora de la calle. Así no sólo incorporó partidos comunistas y socialistas sino que inició un interminable goteo de cuadros del PCE hacia el PSOE que aún dura (véase Rosa Aguilar como caso notorio más reciente).

En el BNG esto ni se les pasa por la cabeza. Están inmersos en su eterna guerra de familias y partidos, sin un líder claro que presentar a la sociedad y con la posibilidad de que un adelanto electoral de Feijóo a 2012 les pille en pleno debate. Dan la impresión de estar más preocupados por el futuro de cada una de las formaciones que lo componen que por el del frente unitario que forman. Además tras el 20-N sus dos escaños en el Congreso valen menos que antes, dado el crecimiento de un Grupo Mixto que tendrá formaciones de ámbito autonómico de Cataluña, Canarias, País Valencià, Navarra e incluso Asturias, además de Galicia.

Tampoco hay síntomas en el otro lado que apunten a romper la desunión. Internamente siguen sin conseguir ponerse de acuerdo para aunar esfuerzos, con lo que difícilmente estarán preparados para hacerlo con el nacionalismo no independentista. Y a diferencia de lo que ocurre en Euskadi, aquí no son la fuerza preponderante, sino la residual.

Por si todo esto fuera poco, vuelve a entrar en escena el uso de la violencia. Desde hace unos años vienen produciéndose atentados contra partidos políticos y empresarios con artefactos de poca importancia, pero que los medios de comunicación han amplificado irresponsablemente. El operativo policial y las detenciones de estos días tienen una diferencia con otras similares de años anteriores como la Operación Castinheira: Ahora hay una marca (Resistência Galega) que la presenta como banda armada, con todo lo que esto puede suponer a nivel mediático y penal.

No podía venir en un momento peor para el nacionalismo gallego y su proyecto político. La sombra de la violencia vuelve a estigmatizar a todo el independentismo, pacífico o no, e incluso salpicará al BNG a ojos de los que nunca dejan pasar estas oportunidades para decir que todos los nacionalismos (excepto el español) acaban derivando en la violencia.